#Opinion, a 29 de abril de 2025.- Alguna vez fuimos osados y mandamos al diablo a la prudencia.
Alguna vez publicamos sin medir las consecuencias.
¡Qué tiempos, caray, qué tiempos!.
Era gobernador Miguel Borge y en algún momento nos servimos con la cuchara grande.
Alguna ocasión nos metimos hasta la intimidad del tigre y nos atrevimos a rascarle las pelotas.
Y el felino reaccionó de acuerdo a su naturaleza.
Lo lidiamos a como pudimos a pesar de la zarandeada que nos puso.
Éramos unos mozuelos que queríamos tragarnos la gloria a borbotones.
Le dábamos la bienvenida a cuánto riesgo se nos atravesara en el camino.
La competencia era dura, muy dura. Habían verdaderas personalidades haciendo periodismo. Había que gorrearles tantita preponderancia a como Dios nos iluminara la sesera.
Había gente muy profesional, con mucho trecho recorrido y que merecía nuestros mayores respetos.
El gusanito de la comunicación navegaba entre las venas y había que hacerse un huequito entre los demás a cómo se pudiera.
Por fortuna -nunca terminaremos de agradecerle a la mucha suerte que tuvimos- hubo gente dispuesta a compartir sus experiencias. Varios, sin regateo alguno, dijeron: “Va, utiliza lo que te sirva y has a un lado el resto”.
¡Cuánto se aprecian aquellos gestos! Sin ellos, difícilmente el texticulero hubiese hecho huesos viejos en este oficio tan extraordinario.
A la fecha, aquí seguimos. Con menos audacia y desparpajo, claro.
Tantito comedidos y tanteándole más el agua a los camotes.
La experiencia lo exige. Y hay que hacerle caso. A estas alturas de la vida los golpes duelen más que antes.
Sea pues, viva la prudencia. Esa a la que antes -¡ay!- nos la pasábamos por el arco del triunfo con toda la desfachatez del mundo.
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