EL ALCALDE Y SUS DEMONIOS por Nico Lizama
Hay políticos que provocan cierta dosis de “ternura” en algunos lapsos de su ejercicio administrativo.
Cuando más deben crecerse al castigo y demostrar que son estadistas, que tienen espolones para gallo, salen con una corrientada.
Es el caso del flamante alcalde de Tulum, Diego Castañón, que inflado por su ego, se encarama en un atril y permite a su raciocinio sacar barbaridad y media por la boca.
Se está peleando con los militares. Casi nada.
Apenas ayer hizo lo que menos se aconseja en estos casos -hasta el funcionario de más bajo nivel lo sabe- no rascarle tan grotescamente las pelotas al tigre.
Lo hace, no es difícil imaginar, porque no le siguen la corriente los personajes contra los que hoy despotrica.
¿Porqué ignoran sus desplantes?. No ha de ser de a gratis, va doble contra sencillo.
Algo no le ven de serio sus interlocutores para poder sentarse con él en la misma mesa.
Caray, para ser un buen alcalde, no es necesario ser un sabelotodo, hay que saber, eso sí, rodearse de muy buenos asesores.
El primer edil, anda algo inflado, como globo de 25 pesos, si no lo sabe, si alguien no le ha dicho, es que de plano, en su mundo la fantasía es lo que predomina.
El alcalde está actuando como cualquier improvisado, le está dando la razón a los críticos que aún piensan que el cargo le llegó de pura suerte y a pesar del tiempo que lleva allí no ha aprendido lo fundamental para hacer una política de altura. No a adquirido el barniz que supere sus deficiencias y que en consecuencia le calle la boca a sus detractores.
No se ha ganado el respeto de sus pares. Y lo peor, es que no está enterado.
Si lo supiera, a lo mejor sería más comedido. El meollo de la política es el diálogo, confrontar argumentos y encontrar soluciones sin que las rabietas nublen las razones. Es lo mínimo que se le pide a quienes disfrutan de las bondades de ocupar un alto cargo.
Diego, haría bien en cambiar el tan soberbio “me vale madres”, con otro gesto, el más mínimo -tampoco se le pueden pedir peras al olmo-, que permita percibir algún tufillo de que el alumno de Marciano, más o menos, ya le va agarrando la cuadratura al círculo.
(Crédito de fotografía a quien corresponda).
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